domingo, 26 de septiembre de 2021

Nuestro nuevo tieso favorito



                                                                   

 


El azar, que siempre pierde ante la primacía de la certeza, ha querido que sigamos este verano, en vivo y telemáticamente, las bizarrías de Isaac Fonseca,  y aunque estas palabras informales son fruto de una conversación a cuatro regresando en coche de ver a nuestro nuevo tieso favorito en Cenicientos (y quizá también de dos o tres parrafadas compartidas con aquellos y otros íntimos por guassapp) hoy que Isaac estará como el coronel, sin tener a nadie que le escriba, sirvan estos dos párrafos para apuntalar lo que una vez ya dejó escrito T. S. Eliot:

 “esta dedicatoria es para que la lean los demás:

estas son palabras privadas que te dirigimos en público”.

 

Yo no sé si creerlo, pero la leyenda rural afirma que se hizo torero, o se desloma por serlo, exclusivamente para comprar una lavadora a su abuela. Realismo mágico aparte, no parece que esa ofrenda a la yaya sea para hacer la colada del terno azul pobreza y oro que lsaac ha ajironado justo hasta ayer. Se lo habíamos visto tantas veces, desvaído y sin brillos, que las luces de su traje parecían estar siempre con la última raya de la batería: ahí también había algo de pobreza energética. Pero ese terno, que se soldó como una epidermis más, le ha hecho alumbrarse (aunque fuese en horario valle) como un superhéroe de la Marvel, que de civil y comprando lavadoras tiene nombre y apellidos,  pero por lo criminal (desde Villaseca hasta los circuitos efeteleros)  se podría anunciar con un sustantivo en inglés que irremediablemente terminase en el sufijo man.

En una de esas digresiones entre íntimos salió el nombre de Plá a colación, porque de la divagación literaria surgió el teorema para explicar a Isaac: “la desgracia es literalmente inevitable y cuando aparece, por la razón que sea, su excepción, la suerte, su presencia nos inunda de luz inusitada y maravillosa, es algo que tiene el frescor de la sorpresa; es una propina”. Y Fonseca, que tiene más de Frijoliito de culebrón que de novillero con apoderado famoso, ha fundado una religión secular, una Ilíada de andar por casa, la cual se cifra en un recato menesteroso al verle pasear orejas y trofeos por esos templos laicos del torismo que pareciera más, con el mismo pudor y modestia, que está pasando el cepillo en la parroquia de su Morelia, Michoacán. 

Ayer estrenó terno, pero jubiló su épica, y se nos apagó otra luz (más pobreza energética), el faro al que seguir aunque sea para naufragar de nuevo. Aún hubo tiempo de sacar a relucir otro hito más: en Cenicientos brindó el último de la tarde, sin alcachofas del Plus de por medio, a dos chavalines que no paraban de hacer trastadas en la primera fila del tendido vacío. No se oyó lo que les dijo, parecía más que pedía perdón y no permiso, puede que los niños ni supiesen lo que se les estaba ofreciendo, pero nosotros sí que estuvimos cavilando, en el camino de regreso, sobre aquellas palabras privadas que Isaac, como el poeta, quiso susurrar en público.



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