miércoles, 4 de agosto de 2021

El diván de Morante



Lo de Simone Biles lo lleva padeciendo Morante veinte años. Tener que reivindicarte una y otra vez, rondar siempre la excelencia delante de haters y advenedizos, aliñado todo ello con una salud mental porcelánica, ya tienes ahí la pócima que legitima a los eruditos de las redes antisociales, cuñados de la nadería, jugar a ser leyendas con el arte de los demás, que es otra forma de ponerse los cuernos ellos mismos.

Ahora al cigarrero le ha dado por reinventar la geopolítica ganadera, trazando un atlas de encastes vaciados y ganaderías a punto de descarrilar. Es decir: construir un castillo de naipes invencible sobre las ruinas de aquella estafa piramidal que el propio José Antonio, de consuno con otros iguales, había estado patrocinando. Lo que encabrona al aficionado de hormigón ardiendo y cerveza templada es ver que si alguien tenía condiciones, si alguien ha tenido la exclusiva del “puedo, pero no quiero”, si había alguna posibilidad, por remota que fuese, de que alguien frotase la lámpara maravillosa del toreo que no muere, ése es Morante. No se sabrá nunca si ha estado fingiendo todo este tiempo o le hemos estado engañando nosotros a él, convenciéndole de que con el duende era suficiente, que la esencia del momento le valdría la eternidad.

Adviértase la dicotomía en su diván: a un lado del ring de su tauromaquia aguarda la afectación belmontina, y al otro el pálpito gallista (pero ojo, que si José Antonio coquetea con la Alameda entonces su espejo no es José, sino Rafael). De Joselito ha pirateado el moquero en la chaquetilla y le ha sisado el escritorio labrado en madera. Del Pasmo ha tuneado el toreo cambiado y de ochos, el de expulsión, que es con el que uno se alivia cuando asoma la jindama.

A Morante no es que le haya dado una ventolera o un aire, en puridad su derecho de autodeterminación es un cambio climático en sí mismo, y así ha logrado que en 2021 se reverbere lo que ya en 2008 dejó escrito Gistau de otro que tal baila: “Hay quien diseña el verano errante clavando en un mapa una chincheta sobre cada ciudad en la que torea José Tomás, y estos seguidores constituyen una cofradía con conciencia de sí y memoria de platos y tragos”.

Vamos los negacionistas del morantismo por la Españita de Antonio Díaz mendigando su descalabro ―como esos duelistas de Conrad que se provocan tozudamente por todos los rincones sólo por el purito placer de hacerse daño― enumerando de carrerilla todos sus malditismos, sus espantás, quedando patente que los que le juramos odio eterno a su toreo moderno sabemos más de su hemeroteca que los panenkitas taurinos de patillas-hacha y poleras de Scalpers.

Cuanto más analizamos a Morante más nos explica él quiénes somos nosotros, sin saber aún qué fue peor, si el haberle consentido todo o la malversación de un talento así.



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